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Domingo XXIV Tiempo Ordinario. San Marcos 8, 27-35

En el evangelio de este domingo, la figura indiscutible es Jesús, capaz de hacer preguntas complicadas que llevan a enfrentarnos a lo más profundo de uno mismo. Un Jesús que exige respuestas sinceras, experimentadas.

Sin embargo, nos centramos en Pedro, discípulo impetuoso, con una personalidad arrolladora y, a la vez, frágil: ejemplo de momentos de claridad y de confusión en nuestra fe.

Y hoy, se alza portavoz de los discípulos. Ante la pregunta: ¿Quién decís que soy yo?, Pedro no cuenta con la opinión de los otros, su respuesta es única y original: Tú eres el Mesías. No hay duda ni vacilación, responde con la seguridad que le da la revelación del Padre. Porque él, como el resto de los apóstoles, no había sido elegido por sus grandes talentos sino por su generoso corazón, dispuesto a dejarse inspirar por el Espíritu. 

Me imagino que la alegría brillaría en la mirada de Jesús al escuchar a Pedro. Igualmente veo a Pedro sorprendido de su propia respuesta, rebosante de felicidad, ante la alabanza de Jesús. 

Nosotros, en ocasiones, nos sentimos como Pedro: reconocemos a Cristo como el Señor de nuestras vidas, experimentamos que Él actúa a través de nosotros, que damos generosamente sin esperar recompensa, que amamos pese a la actitud egoísta de los demás. Vibramos llenos de energía con el compromiso pastoral. No dudamos. Como Pedro, estamos en la cima de la disponibilidad, de la entrega, del “daría la vida por ti”. 

El evangelio sigue mostrándonos la otra cara de Pedro. Jesús comienza a enseñarles con claridad que la luz va unida a la cruz. 

Y otra vez, Pedro se erige portavoz del resto y conduce a Jesús a un lugar aparte y le reprende. ¡Cómo no! El eufórico Pedro no puede permitir que Jesús hable de sufrimiento y muerte. No comprende que reconocer a Jesús como Mesías no garantiza un futuro de triunfo, de gloria. Pedro, dejándose llevar por expectativas humanas, se convierte en tentación (¡Ponte detrás de mí, Satanás!) para la misión de Jesús. 

¿Qué temía más Pedro, la pasión que anticipa Jesús o su futuro sufrimiento por ser su discípulo?

Y de nuevo, nos vemos reflejados: cuántas veces nos constituimos señores de la verdad absoluta, con derecho a recriminar a los que no piensan como nosotros, a criticar actitudes de generosidad “excesiva”. Nos creemos tan poderosos como Dios. 

Todos somos Pedro: seguidores entusiastas de Jesús, dispuestos a confesar su divinidad, a trabajar por su Reino, a llenar nuestros corazones de amor, compasión y servicio desinteresado. Todos somos Pedro: orgullosos de poseer la verdad, con miedo al dolor y a la humillación y, con la misma tentación, la de apartarnos de la voluntad de Dios.

Somos Pedro… con sus luces y sombras, pero, por encima de todo, valientes amigos de Jesús. 

Hna. Isabel García, jst.

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