Una lectura superficial del evangelio de este domingo puede generar rechazo en el lector si se “posiciona” desde estructuras y visiones actuales. Es cierto, hay algunos elementos en el texto que chocan con esa libertad posmoderna de la que todos, en alguna medida, hacemos gala y bandera.
De lo que Jesús nos habla es de otra libertad, que está en lo radical de nuestro ser criatura, aquella con la que Dios nos creó, a su imagen y semejanza y como tal, iguales hombre y mujer y con capacidad de amar y ser amados.
Los legalismos y estructuras (la ley de Moisés mal entendida por los fariseos del evangelio y los fariseos de hoy), al igual que los prejuicios, nos alejan de aquello que es fundamental en la vida y, por tanto, del mensaje de Jesús, es decir, nos alejan de la persona. Cuando establecemos una relación con alguien, una relación profunda, de complementariedad, ¿qué es lo importante?
Intenta responderte esta pregunta, tú que estás leyendo estas líneas y estás empezando una relación de pareja; o tú que llevas ya casi veinticinco años; o tú que estás cerca de las bodas de oro; o tú que lo resumirías diciendo que lleváis “toda una vida juntos”.
Abrimos la mente cuando descubrimos en el otro la persona que nos complementa, cuando conjugamos el verbo siempre en primera persona del plural y el latido está marcado en su sístole y diástole por el impulso del amor recíproco. Con sus dificultades, altibajos, pero siempre con la certeza de que todo lo que somos y tenemos lo compartimos con “el otro yo” sin perder en ningún momento la propia singularidad e identidad, porque así fuimos creados.
Comenario del Evangelio del Domingo 27 del Tiempo Ordinario. Mc.10, 2-16
«Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro?
Y él respondió, diciendo:
Nacisteis juntos y juntos para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios.
Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.
Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos el uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.
Las cuerdas de un laúd están solas aunque tiemblen con la misma música.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga.
Porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos.
Porque los pilares del templo están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble».
Khalil Gibrán
“El matrimonio», El profeta