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Jesucristo, Rey del Universo - Jn.18,33b-37
La fiesta de Cristo Rey, desde el punto de vista catequético y pastoral, se presenta como un gran reto: celebrar la realeza de Cristo, superando interrogantes y malentendidos que puedan suscitar esa categoría hoy.
¿De qué Rey hablamos? La historia nos ha dejado una lista interminable de formas opresivas en nombre del poder real, de abusos discriminatorios, de opulencias empobrecedoras y de viles atropellos que tanto sufrimiento generaron en quienes tuvieron que soportar ciertas formas de realeza.
Por contraste, El Rey de Israel es un gran DON de Dios para con su pueblo. La Promesa a Israel pasa porque Yahvé regale al Pueblo Elegido un guía protector que le cuide, le anime en su fe y, sobre todo, le acompañe a vivir gozosamente el don de la Alianza.
Es un bienhechor que debe acercar siempre al pueblo a Dios, además de cuidarle y defenderle en situaciones críticas.
La protección supone, sobre todo, que el pueblo no caiga en la idolatría, en la fe en dioses falsos, sino que se mantenga fiel a YAHVE.
Hoy el evangelio nos presenta a Jesús en diálogo con Pilato. Parece un quehacer imposible porque uno habla desde el poder, tiene delante un probable delincuente, y Jesús habla desde la exclusión de la violencia: “mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), que equivale a decir: no tengo guardia, ni ejército, nadie lucha por mí. Pero soy rey. Es el momento de traer a la memoria y al corazón cómo Jesús, a lo largo de toda su vida pública, ha presentado su reino: “el Reino de Dios se parece…”. Cada parábola del Reino ha revelado el auténtico “poder” con que Jesús reina y que le llevará a su expresión máxima de reinado en el misterio pascual.
El imperio de entonces y los gobernantes de ahora no tienen nada que temer de Jesús y su evangelio. Sólo se les va a pedir que respeten el bien y la justicia, la paz y la dignidad humana.
Pilato, por último, presenta a Jesús torturado ante el pueblo: “he aquí al hombre, a vuestro Rey”.
El rey rebajado a los sufrimientos y dolores de los injustamente tratados por el poder y los tribunales corruptos, inaugura el nuevo reino que no es de este mundo, aunque tiene sus raíces en él. Jesús, Rey de Israel, cumple su función de mediador entre El Padre y todos nosotros y con su muerte y resurrección restablece la Alianza y la promesa de Salvación para todos.
Hna, Mª del Mar Cuesta, JST
Mis palabras no pasarán - Mc.13,24-32
El Evangelio de hoy nos recuerda que se va acercando el Adviento, y con él, una primera etapa de textos “inquietantes” que aluden a la venida del Señor al final de los tiempos, lo que se conoce como Parusía.
No es fácil orar con estos signos apocalípticos que menciona Jesús y que anuncian el fin del mundo tal y como lo conocemos, aunque lo que en realidad profetizan es la nueva llegada “en poder y Majestad” del Hijo de Dios, y por tanto un acontecimiento de Plenitud y Esperanza.
Sin embargo, puede resultarnos más fácil o más atractivo quedarnos con esa posibilidad a la que Jesús alude de interpretar los signos de los tiempos a la luz y el soplo del Espíritu, y descubrir en este mundo cómo las palabras del Señor no pasan. Discernir la actualidad de la Palabra de Dios en nuestro hoy, es el desafío que nos puede ayudar a mirar al futuro con paz, por más incertidumbre que nos provoque.
Las palabras de Jesús no pasan porque se tornan respuesta ante la necesidad del otro; porque se vuelven valentía ante la hostilidad; porque se hacen compasión ante tanto dolor y sufrimiento, porque humanizan lo desencarnado… Las palabras de Jesús no pasan porque consuelan el desaliento y alumbran caminos allí donde se desdibujaron… Porque son palabras de Vida en fin, y nos ayudan a hacer presente al Cristo vivo en medio de tantos signos de muerte.
Hna, Marta Beneyto, JST
Es cuestión de entrega - Mc.12,38-44
Jesús es un gran observador de la realidad que le rodea. Su mirada intuye detalles que a nosotros nos pueden pasar desapercibidos y que, sin embargo, suponen un cambio sustancial en la manera de situarnos ante la vida.
Son dos viudas las que el Evangelio nos presenta en relación a Jesús: la de Naín, cuya pérdida le conmueve hasta el punto de devolverle la vida a su único hijo; y esta viuda pobre e indigente, del texto de hoy, que merodea el templo y hace su ofrenda a Yahvé con extraordinaria generosidad, porque en el fondo, le está ofreciendo su vida.
Las viudas en la época y cultura de Jesús estaban condenadas a la mendicidad, a la invisibilidad y la marginación, a menos que tuvieran algún hijo varón que respondiera por ellas. Posiblemente este era también el caso de la Virgen, y quizá por ello, a Jesús le enternecían de forma especial estas mujeres.
Los criterios de Jesús no son los del mundo. ¿Quién da más? Es una interpelación a los discípulos de todos los tiempos. ¿Aquel que da mucho de lo que le sobra, o quien da todo, incluso lo que necesita para vivir? No es cuestión de cantidad, sino de entrega, de cuánto hay de nosotros en aquello que damos. ¿Qué ofrecemos de nosotros a Dios y a los demás? ¿Qué nos reservamos? ¿Qué necesitaríamos dar para entregarnos del todo?
Es una llamada a la confianza, a la gratuidad, a percibirnos como don que se entrega a pesar de nuestra fragilidad, y a contemplar la vida desde esa mirada de Jesús que es capaz de descubrir riqueza en la aparente escasez.
Hna. Marta Beneyto, JST
Amarás al Señor, tu Dios - Marcos 12,28b-34
El Evangelio de este domingo nos recuerda el fundamento de nuestra fe: La centralidad de Cristo en nuestro corazón.
“Amarle con todo el corazón”: Que Él sea el centro de nuestros afectos, el sentido de cada una de nuestras acciones, el motivo que nos impulsa cada día.
“Amarle con toda el alma”: Que no haya nadie más importante en nuestra vida que Él.
“Amarle con toda la mente”: Que esté presente constantemente en nuestro pensamiento, que todo lo que vivamos lo hagamos por Él y desde Él.
Gran exigencia la que nos presenta hoy la Palabra, Indisolublemente unido a la centralidad de Cristo está el amor a los hermanos, lo sabemos por experiencia, sólo cuando Cristo ocupa el Centro de nuestro corazón podemos tratar a los demás como hermanos, sin rivalidades ni envidias, sin manipulaciones y humillaciones, viendo en el otro el rostro de Dios. Desde esta centralidad somos capaces de comprender y perdonar las actitudes hirientes que proceden de situaciones personales complejas. Programa de vida excelente para vivir uno mismo en la paz del corazón y para hacer la vida más fácil y amable a los que nos rodean.
Hna. Mercedes Conde, JST
Levántate, libérate de tus cegueras Mc.10, 46-52
Desde nuestra experiencia podemos comprender lo que le ocurre a Bartimeo en este pasaje evangélico; es probable que todos nos hayamos sentido alguna vez “ciegos a la vera del camino”, necesitados de compasión, necesitados de liberarnos de nuestras cegueras y complejos, necesitados de ensanchar nuestra mirada turbia y miope. En estas circunstancias hemos gritado al Señor y es posible que otras respuestas hayan llegado antes a nuestros oídos mandándonos callar, recordándonos que nos somos dignos. Pero el corazón de Jesús está siempre vigilante y atento para escuchar, también y sobre todo a los marginados del camino, y preguntarnos “¿Qué quieres que haga por ti?” El Evangelio de hoy nos invita a poner sobre la mesa nuestras cegueras conscientes o inconscientes, a mirarnos por dentro, a mostrar nuestra vulnerabilidad ante el Señor que perdona siempre, que quiere sanarnos, impulsar nuestra vida y situarnos de nuevo en el camino de seguimiento y entrega.
Hna. Mercedes Conde, JST
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Marcos 10,46-52
Ser grandes en el servicio
El evangelio de este domingo nos presenta la siguiente escena: “¡No sabéis lo que pedís!”, dice el Señor a los hijos de Zebedeo cuando le piden sentarse uno a su izquierda y otro a su derecha. Jesús aclara una vez más lo que significa estar junto a Él: Ser servidor de todos. No hay seguimiento verdadero sin servicio, entrega, donación de sí, humildad profunda de quien se sabe una criatura frágil.
La naturaleza humana impulsa nuestro deseo de “ser grandes” de forma equivocada, así pensamos que la grandeza es superioridad, brillar a costa de aniquilar a otros, engreimiento, lucimiento, exhibición constante de nuestras capacidades y éxitos… Y entonces Jesús nos sumerge en un baño de realidad y nos pone en su sitio: “Entre vosotros que no sea así”. “Los grandes oprimen con su poderío”, lo demuestran intentando destruir y hasta difamar a otros, no soportan que haya personas que brillen más desde la sencillez. Ojalá entrañemos y vivamos en lo concreto el deseo de Jesús: “El que de vosotros quiera ser el primero sea vuestro servidor”, como el mismo Jesús que entregó su vida por todos, que pasó haciendo el bien, que se abajó hasta someterse incluso a la muerte.
Hna. Mercedes Conde, JST