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Effeta - Mc.7, 31-37
¿Jesús cura a un mudo y le pide que no hable, que no cuente lo que le ha sucedido? Parece más lógica la reacción del sanado que la petición de Jesús.
El Señor está con sus discípulos más allá de los límites de Israel, en territorio extranjero, en la periferia. Y allí se le acerca un grupo de personas que le suplica que imponga las manos, solo eso, para que su amigo se cure. Ya conocemos esta dinámica: los amigos, la comunidad, que tienen fe e interceden para que otro sea restaurado.
¿Acaso nosotros no hacemos todo lo posible por nuestros amigos?
Este hombre, sordo y con incapacidad para hablar, representa la pasividad y el aislamiento, el silencio que destruye, que priva de la palabra creadora; de la comunicación, el encuentro y la expresión. Este hombre está al margen de la sociedad: no puede entender a los otros, no puede comunicarse abiertamente.
Jesús, llevándolo a parte, tratándole en su singularidad, le reincorpora al mundo de la comunicación y el sentimiento. Las primeras palabras que escucha son las del Mesías, las de aquel en quien se cumplen las profecías de Isaías.
En nuestro encuentro personal con Jesús, somos liberados de sorderas e incapacidades. Jesús nos abre los oídos y la boca, y en esta nueva condición el hombre solo puede transmitir, anunciar proclamar que su vida adquiere un nuevo sentido porque la palabra pronunciada sobre él, la palabra escuchada le abre un camino de entrega y de compromiso a Dios y a los hermanos.
Hoy Jesús nos dice a cada uno de nosotros Effetá, ábrete a la voz que es Vida, a los gritos que claman, a los sonidos de creación, a la súplica del abandonado, al canto de esperanza y proclama que ese torrente de vida que te inunda es la gracia que viene de Dios Uno y Trinidad.
Evangelio del Domingo 23 del Tiempo Ordinario.
Domingo 22 del Tiempo Ordinario - Habitados por el Dios de la Vida
Llevamos más de un año en el que lavarse las manos se ha convertido en un ritual: por dentro, por fuera, entre los dedos… al ritmo de Cumpleaños feliz, de Mamma mia o del Credo, según gustos. Y aunque el pueblo judío no entendía de higiene ni de pandemias, nosotros sí comprendemos la obsesión de fariseos y escribas. Ritos, normas, costumbres… nos han dado seguridad en estos tiempos de pandemia y en la vida en general. Sin embargo, corremos el riesgo de aferrarnos a ellas, quedarnos en lo superficial, en lo externo, y olvidarnos de su sentido profundo. De ahí la advertencia de Jesús.
Hace falta examinar y examinarse. Porque detrás del cumplimiento fiel de las normas puede estar el miedo a lo inesperado o a la novedosa irrupción de Dios en nuestras vidas; a tener que abandonar ese “siempre se ha hecho así” que, en el fondo, tanto nos gusta, y vernos sorprendidos por la exigencia de la escucha sincera de la Palabra de Dios que nos compromete a amar sin exclusividades.
El evangelio de hoy es una invitación a dejarse renovar, a revisar qué sale de dentro, a vivificar nuestra fe en el Dios de Jesús. Un Dios que no busca que “le honren con los labios”, con frases bonitas en redes sociales, sino que nos pongamos a la escucha atenta de su Palabra y dejarnos habitar por el Dios de la Vida, dejarnos transformar por su gracia y que nos lleva al encuentro con el que sufre. Seremos cristianos auténticos, verdaderos discípulos de Jesús, si nuestro corazón palpita y se conmueve frente al dolor ajeno y no se queda indiferente frente al pobre y desvalido.
Las tradiciones están bien si nos ayudan a abrir los ojos a la voluntad de Dios sobre mi proyecto de vida y responderle con gratitud por tanto don recibido; están bien si me ayudan a abrir los ojos a tantas necesidades de los hermanos que necesitan de mi amor y entrega; están bien si me ayudan a vivir desde una interioridad genuina y comprometida.
Comentario del Evangelio Marcos 7,1-8.14-15.21-23.
Hna. Mª Isabel García, JST
Señor, ¿a quién iremos? Jn.6,60-66
Es un breve texto, pero llama la atención tantas preguntas: tres por parte de Jesús y dos de los apóstoles.
Después de la multiplicación de los peces y los panes, algunos discípulos despiertan a la realidad: seguir a Jesús no es solo maravillarse por sus milagros, es implicarse y complicarse la vida a su estilo, en una donación total hasta llegar a dar la vida. Y muchos renuncian: ¿Quién puede hacerle caso? Y Jesús responde con otra pregunta: ¿Esto os hace vacilar?
Y quienes abandonan a Jesús tienen razón: No podemos seguir sus exigentes palabras. Si nos fiamos de nuestras fuerzas, sentimos la debilidad, la propia limitación y no podemos cumplirlas. Sin embargo, si nos situamos con humildad detrás de Él, si vamos pisando sus huellas, si le proclamamos como Pan de vida, sentimos la valentía que Él nos regala para seguirle con fidelidad.
A Jesús, aunque le duele, no le inquieta el fracaso, no quiere retener a la fuerza a sus discípulos. Son sus amigos, no sus siervos. ¿También vosotros queréis marcharos? Les deja en libertad para decidir.
Pedro, con ese talante impetuoso, se adelanta. ¿A quién vamos a acudir? Llama la atención que no pregunta ¿A dónde vamos a acudir? Sino A quién. Porque los apóstoles han tratado de cerca a Jesús y saben que el único motivo para permanecer en el grupo es ÉL, la fidelidad a su persona.
Seguir a Cristo significa hacer de Él el centro y sentido de la vida, proclamar que tiene palabras de vida, de plenitud. Por eso, Pedro y los discípulos, y nosotros con ellos, proclamamos que creemos en Él.
Lo que sucedió en este pasaje del evangelio acontece también en nuestra vida. Llega el momento de crisis, de debilidad. Oímos comentarios: Es dura esta vida…Pero si has experimentado el amor incondicional de Dios, mira en tu interior, abre tu corazón a su Palabra de vida y proclama: ¿A dónde iría sin ti?
Evangelio del Domingo XXI del Tiempo Ordinario.
Hna. Mª Isabel García Pérez, JST
Asunción de María - abrir el corazón a la alabanza
Hoy celebramos la fiesta de la Asunción de María a los cielos. Y el evangelio nos propone la visita que hizo la Virgen a su prima Isabel.
Dos sentimientos están presentes a lo largo del todo el texto: la alegría y el agradecimiento.
María conoce, por el ángel Gabriel, que su prima Isabel está embarazada. Su corazón se alegra porque sabe cuánto significa para cualquier mujer judía dejar descendencia. Y también intuye que, por edad, Isabel necesita una ayuda especial. María no piensa en sí misma (también embarazada, tiene que viajar varios días hasta las montañas) sino que la prioridad es su prima y se dispone a servir.
Del encuentro de estas dos mujeres, llenas de otras vidas, se multiplica la alegría: con solo una mirada, un saludo, se transmiten esa felicidad que genera la nueva presencia que cada una lleva en su seno.
Estar atentos, descubrir lo que otros puedan necesitar de mí es fruto de esa alegría que se lleva dentro y que necesita ser compartida.
Feliz tú, María; feliz tú, Isabel; feliz TÚ…si tienes ojos para descubrir quién a tu alrededor necesita de ti y te pones en camino hacia el encuentro… dentro de ti nacerá la más profunda felicidad.
María ha experimentado la mirada de Dios sobre ella, llenándola de ternura, de gracia. Y al saberse mirada así, se alegra desde lo más profundo de su ser y de ese gozo brota el agradecimiento y la alabanza: Engrandece mi alma al Señor…
En este domingo de la Asunción de María, ponte junto a ella y, con ella, abre tu corazón a la alabanza, reconoce que Dios se ha inclinado y ha hecho maravillas en ti. Y como María, abandónate confiadamente a su invitación, lánzate por la corriente de Dios que te llevará, seguro, a servir.
Déjate visitar por María, acógela en tu casa y, al igual que Isabel, sintoniza con ese común sentimiento de alegría y agradecimiento.
Lc.1, 39-56.
Hna. Mª Isabel García, JST
Ser pan partido y repartido para todos - Jn.6, 41-51
Evangelio del Domingo. Jn.6, 41-51
Los judíos murmuraban de Jesús porque no entendían nada, Jesús decía: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y ellos se preguntaban: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a sus padres. Vivían en Nazaret y él era carpintero. ¿Cómo se atreve a decirnos que “es el pan bajado del cielo”? Le habían visto con José en la carpintería y acompañar a su madre. ¿Por qué dice entonces que es pan y además bajado del cielo? Los judíos no lo entendían ni nosotros tampoco. Nosotros también somos incrédulos para ver que Jesús está en cada hombre que es diferente a nosotros. Él es ese pan que se deja amasar. Él es ese pan que se deja acariciar y quiere que nosotros amemos a tantos y tantos migrantes que llegan a nuestras costas y queremos enviarlos en caliente de nuevo a sus tierras.