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Muchacha, a ti te digo ¡levántate!
En tiempo de distancias sociales, este evangelio parece casi provocador: un padre desesperado que le pide que toque a su hija para que sane y una mujer, impura, que se acerca a escondidas para tocar su manto. Y es que la gente sabía del poder de Jesús en las distancias cortas.
Ambos personajes van a Jesús desde la angustia de saber que nadie ha podido hacer nada por ellos y con la fe cierta de que solo él puede curarles. Esta fuerza del corazón les lleva a dejar a un lado las limitaciones ideológicas y religiosas del jefe de la sinagoga y las prohibiciones culturales y religiosas que someten a la mujer con hemorragias. Lo que les mueve a actuar contra la sociedad de su tiempo es la vida que están perdiendo y la conciencia clara de que es la Vida-Jesús quien está pasando delante de sus ojos y que solo el Cristo puede comprenderles y salvarles.
¡Cuántas veces estamos limitados por prejuicios, preceptos, normas, imposiciones que pueden venir de nosotros mismo, o impuestas y consentidas por la sociedad! ¡Cuántas veces sentimos que perdemos la vida y no somos capaces de acercarnos al borde de su manto para ser sanados de nuestras desconfianzas y de nuestras muertes (pecados)! ¡Cuántas veces perdemos la fe, como esos que están esperando al padre afligido para decirle “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?”
Jesús no es indiferente al dolor y sufrimiento de los hombres. Su amor que es sanador conecta con la súplica del padre y con la oración hecha gesto de la mujer. Por eso rompe la barrera de la desesperanza y el rechazo que nos impone a veces la sociedad, se acerca a la mujer y a la niña, las toca y la vida queda recobrada porque la fe puesta en él era mucha.
Jesús acorta las distancias con cada uno de nosotros. Sabe cómo somos y espera paciente que la fe nos acerque a él para poder decirnos: “Muchacha/o, a ti te digo, ¡levántate!”
COMO TÚ. Ain Karem
(Mc 5, 28)
LA MI RE LA
Si pudiera tocar la orla de tu manto
RE MI LA RE MI
quedaría curada para siempre.
LA MI RE LA RE
Si pudiera escuchar mi nombre en tus labios,
MI LA MI LA
todo mi ser tras mi amado.
Si pudiera mirar al mundo como tú
sería bendición para siempre
Si pudiera tocar la orla de tu manto
quedaría curada para siempre.
Si me atreviera a mirar al mundo como tú
sería bendición cada día.
Si me atreviera a tocar la orla de tu manto
quedaría curada para siempre.
Si me atreviera a escuchar mi nombre en tus labios,
todo mi ser tras mi amado.
Si me atreviera a escuchar el clamor de mis hermanos
sería cauce de tu consuelo
Si me decido a vivir en el mundo como tú
seré bendición cada día.
Señor, yo quiero mirar al mundo como tú
para llevar bendición como tú.
¿Aún no tenéis fe? Mc.4, 35-40
El Señor nos pone en movimiento. Siempre al otro lado, siempre rompiendo esquemas, siempre “a la otra orilla”. Es la invitación que nos hace Jesús en nuestra vida de cada día, en nuestra misión: acompañarle a la otra orilla; dejar atrás nuestras seguridades y dejarnos guiar por él y su palabra. Alcanzar la otra orilla, donde está siempre el prójimo esperando, va a depender de nuestra confianza, de nuestra capacidad para abandonarnos en el Señor.
Sin que él sepa cómo, la semilla germina
Jesús nos propone en el evangelio de hoy, con estas dos parábolas del campo, reflexionar sobre la paciencia y la sencillez. Dos actitudes a las que el Señor apela en distintos pasajes del Evangelio.
Si tenemos que leer los signos de los tiempos para descubrir a qué se parece el Reino de Dios, nunca hablaríamos de la paciencia y la sencillez, menos aún de la fe. Sin ser catastróficos, los tiempos actuales nos llevan a vivir desde la inmediatez, el éxito efervescente y mediático, la obtención de resultados medibles en estadísticas y en la confianza de que puedo conseguir aquello que nos proponemos a golpe de clic o por nuestros propios medios.
Vida compartida. Laicos JT Plasencia
Para culminar este curso, los Laicos JT de Plasencia nos reunimos, el sábado 5 de junio, en Cabezuela.
Corpus Christi 2021
Hoy Jesús nos podría hacer la pregunta a nosotros, ¿Dónde queréis celebrar el encuentro? La respuesta sería clara: ¡En la calle! Y más después de estos meses de confinamiento, restricciones… eso sí, con los cuidados oportunos.
Jesús estaría de acuerdo, ya que la celebración de hoy es una fiesta de “calle”. Así la llamaba una de mis hermanas de comunidad a la Celebración del Corpus Christi: “Hoy es la fiesta de Nuestro Señor en la calle”
Cristo entregado por completo se hace accesible a cada uno de nosotros; es cercano a nuestra realidad de hombre, sufrimiento, enfermedad, desesperación, abandono en que ha sumido a muchos la pandemia, y se pasea por las avenidas de nuestras ciudades.
Por esto mismo, deberíamos ir más allá de los inciensos, el olor a romero y los ropajes rojos. El Amor-Verdadero se enarbola como estandarte en medio de las plazas, en el centro de lo cotidiano, de tus rutinas, para que pares un segundo, mires a lo alto y te preguntes: “¿cómo soy amado? ¿Cómo amo?
Cristo nos envía a cada uno de nosotros a ser custodias vivas, a ser vida derramada y entregada por aquellos que sufren en nuestras casas y en las cunetas; a ser alimento que reconforta y vigoriza a aquellos que están cansados de la vida, que han perdido toda esperanza, o que quieren seguir haciendo algo bueno por los demás. Cristo nos insta a ser comunidades que tengan como centro el Amor Trinitario.
Cristo resucitado, cristo alimento de salvación, Cristo Eucaristía, Cristo que nos ha cambiado la vida y la mirada con su modo de amar, y desde esta comunión real nos invita a ser “pan partido para la vida del mundo”.
Santísima Trinidad: comunión, comunicación, diversidad
La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a adentrarnos en la contemplación de este Dios-Trinidad que es relación, diversidad, comunión y comunicación. Este misterio trinitario nos envuelve, nos sostiene y nos habita.
La fiesta de hoy la entienden muy bien la spersonas sencllas. Los que saben de cercanía, de acogida, de bondad, de perdón. Quienes viven así están en plena sintonía con nuestro Dios que nos regala compartendo con nosotros, sus hijos, lo que es más consustancial: el AMOR. "Dios es amor. Y a todos nos gusta recibir recibir de los demás el amor de Dios. Ese amor que no sabe de fronteras ni de razas, ni de diferencia de culturas. Ese amor que no hace distinción entre ricos y pobres, que no etiqueta, que acoge y sana, que se compromete, y cuando escuha la pregunta "¿Dónde está tu hermano?" responde: donde está el que tiene hambre, sed, el enfermo, el que vive en la soledad, el privado de libertad.
(...)
La contemplación de Dios-Trinidad nos lleva a mirar el mundo desde la perspectiva de los más pobres y nos invita a tener siempre las puertas abiertas para el encuentro y la mesa compartida en torno a Jesús Eucaristía. La donación total de las Tres Personas, su plena generosidad, es una lección para nosotros.
Dios-Trinidad nos compromete con la lucha por la dignidad de cada persona. "La gloria de Dios es que el hombre vida", decía san Ireneo. Y viva con la dignidad de hijo de Dios. Celebrar esta fiesta nos compromete, en un contexto donde se fomentan relaciones de competitividad, beneficio y poder, a favorecer la ética del encuentro y del cuidado que busca siempre el bien comñun.
Esta fiesta es una invitación a vivir la acogida y la apertura a los otros, a poner en práctica la solidaridad que comparte, el perdón que reconcilia.
(...)
Se nos urge a poner en todas partes el sello de la Trinidad, a humanizar el planeta, a tejer cada día el vestido de la paz y la unidad. Con hilos diferentes y texturas diversas, obtendremos un hermoso tapiz de ricas relaciones, de gran comunión.
(Extraído de la Felicitación de la Superiora General a todas las Comunidades en la Festividad de la Santísima Trinidad).