Cuando los apóstoles fueron enviados a predicar, el Señor les dio poder y autoridad sobre los demonios (Mc. 6,7). Esto los llevó a creer que ellos eran los únicos depositarios del bien, los únicos colaboradores de Jesús en la obra del Reino. Se sienten incómodos de que otros puedan hacer el bien sin pertenecer al grupo de los discípulos.
El espíritu de Dios fue derramado sobre toda persona humana, no solamente sobre los bautizados. El bien no tiene fronteras… El bien siempre es obra del Espíritu de Dios. El reproche de Jesús quiere corregir la mirada exclusiva y sectaria de los suyos.
Esta en contra: quien quiere dominar al prójimo; quien quiere estar por sobre los demás; quien quiere acumular riquezas.
Esta con nosotros: quien sirve a los demás, aunque no pertenezca a la comunidad eclesial; quien no se siente superior a los otros.
La comunidad de Jesús es la que tiende puentes, la que crea comunión, la que sabe apreciar el bien venga de donde venga; la que suma fuerzas, la que se alegra de la riqueza de lo diferente sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir…
Evangelio del Domingo XXVI del Tiempo Ordianrio.
Hna. Karen Pinto, JST