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La esperanza abraza la incertidumbre

La esperanza tiene una misión: abrazar la incertidumbre hasta que esta se despoja de lo que le sobra, su “in-“. Le ayuda la fe porque ella es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven (Hb.11,1). Pero la conversión, la metanoia de la incertidumbre es definitivamente posible por el amor… esa fuerza que fluye desde lo más profundo de la Trinidad, riega toda la Tierra e impregna la historia de tal manera que se perpetúa en ella.

 

Hablar de la incertidumbre, a primera vista, o mejor dicho, “a primer oído”, no es agradable ni para quien habla ni para quien escucha. Y sin embargo esta “señora” se cuela muchas veces en nuestras conversaciones y, especialmente, en esta época que estamos viviendo. Se ha convertido en una de las “damas de compañía” más renombradas que, sutilmente, acompaña a “don corona-virus”.

Es “vieja conocida” la incertidumbre. Hablemos de ella, pero con unos interlocutores muy especiales, que se vieron sorprendidos por ella, caminaron con ella, pero supieron abandonarla en el momento más oportuno… fue el Pentecostés de cada uno.

 

Abrahán, su fe venció a la incertidumbre

Mi esperanza se ha sostenido siempre en las palabras firmes, seguras y esperanzadoras que escuché de Yahvé. Su promesa fue especialmente alentadora en todo momento. Me prometió lo que tanto desea y da seguridad a un israelita: descendencia y tierra. En Dios la promesa es siempre cumplimiento. Sin embargo tengo que confesar que, en mi camino, me envolvió la incertidumbre, me llevó a la duda y a caer en la tentación de fiarme de la “bondad” humana. Mi fe se alejó de la incertidumbre cuando escuché su Palabra: “No temas Abrahán. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande” (Gn 15,1). Sinceramente mi vida se ha sostenido en la escucha obediente de la Palabra de Yahvé, Palabra que siempre es certeza y esperanza. Si me permitís un consejo: escuchad su Palabra porque es cierta, porque siempre es esperanzadora.

 

 

Rut, fidelidad en la incertidumbre

La vida de mi suegra Noemí había sido golpeada por la incertidumbre cuando, por hambre, tuvo que abandonar su tierra con su esposo y sus hijos, y dirigirse a los campos de Moab. Sufrió la incertidumbre y el miedo de todo migrante. La muerte de su esposo la sacudió aún más. Sus hijos fueron la fortaleza para vencer este sufrimiento.

Nos unimos a la familia mi cuñada y yo, pero diez años después mi suegra Noemí se vio de nuevo inmersa en el dolor por la muerte de sus hijos, abatida por la incertidumbre de la soledad. Llegó a sus oídos la acción salvadora de Dios a su pueblo, “lo había visitado y le daba pan” (Rut.1,6) y decidió retornar.

En medio de esta situación dolorosa y compleja nos invitó a seguir nuestro camino. Me preguntaba ¿cómo abandonar a Noemí en el vacío y la incertidumbre? Y a la vez, ¿por qué seguir caminando con mi suegra?

No conocía a su pueblo ni a su Dios, pero mi corazón me dictaba un camino: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”(Rut.1,16). Nuestra fortaleza y esperanza, nuestro consuelo y descanso estuvo en la fidelidad. Cuando nuestras seguridades se ven amenazadas, cuando nuestras certezas se debilitan, hay una llamada a caminar juntos en la fidelidad.


María, la incertidumbre pregunta y encuentra respuesta

Así es. Recibí una visita demasiado misteriosa y sorprendente. Las primeras palabras que escuché me sobrecogieron gratamente, y nunca mejor dicho, porque anunciaban la gracia de Dios en mi vida. La incertidumbre me hizo reaccionar y preguntar: ¿cómo es posible? Y en fracciones de segundo esta incertidumbre me envolvió con la sombra de lo que se me venía encima: embarazada sin vivir aún con José… eso significaba repudio, un futuro bastante oscuro e incierto.

Pero la respuesta de lo alto desplazó toda duda: “No temas… has hallado gracia delante de Dios. El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra… porque nada hay imposible para Dios” (LC.1,30.37).

Os confieso que esas palabras sostuvieron mi vida y la de mi esposo cuando, poco a poco, el proyecto de Dios se iba realizando.

El designio de Dios es más fuerte que cualquier incertidumbre, incluso cuando está acompañada del sufrimiento… que siempre es cruz.

Recordad siempre las palabras que han acompañado vuestra vida de fe:¿Quién nos separará del amor de Dios? ¿La tribulación? ¿la persecución?…. podríamos decir ¿la incertidumbre?… en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó… gracias a mi Hijo (Cfr. Rm 9, 35.37).

 

 Gracias Abrahán, gracias Rut, gracias María, acompañantes en nuestra fe. Hoy, de manera peculiar, la incertidumbre puede estar queriendo entrar en nuestra vida, la escucha obediente de la Palabra, la fidelidad amiga y la confianza en el designio de Dios nos dan la fuerza para vencerla.

Hna. Mª Belén Peña Orozco, JST

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