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Releo el Evangelio de este III domingo de Pascua. (Lucas 24. 35-48) Comparto con vosotros estas ideas.

  1. Jesús ha resucitado. Los discípulos vuelven contentos, felices… se han cumplido sus palabras. Han vivido por el camino una experiencia maravillosa, única. Hay que comunicarlo. Y anunciarlo con esa alegría desbordarte del encuentro personal.

Sin embargo, Jesús se presenta ante ellos y de nuevo no lo reconocen y de nuevo, el miedo los envuelve. ¿Qué sucede en sus corazones? ¿Es que la experiencia no ha sido tan real y profunda como decían sus palabras? ¿Por qué vuelven las dudas en su interior? Y es que los humanos somos así, tropezamos una y otra vez en la misma piedra. Pero Jesús que nos conoce, no se desanima. Y vuelve a regalarnos, también resucitado, una de sus frases favoritas: La paz con vosotros. No os alarméis, no tengáis miedo.

 

  1. En todo el texto, los discípulos permanecen en silencio, quizá porque tenían demasiado desconcierto en su interior, demasiadas dudas y desconfianzas en su corazón. Y Jesús quiere recobrar a sus amigos. A esos amigos que le han acompañado, que con él han pisado los caminos de Judea y Galilea. No viene a reprochar sino a regenerar su fe, a dar paz: No temáis, soy YO. Porque ser amigo de Jesús no significa vivir atemorizados, sino confiados; ni creer en fantasmas sino en el Viviente. Así, además de recuperar a sus amigos, los va convertir en TESTIGOS.
  2. Para infundirles fe, para convertirlos en testigos, Jesús les dice: Mirad mis manos y mis pies. No les pide que reconozcan su rostro, sino sus heridas de crucificado. Descubrir sus manos en tantas personas que bendicen, que acarician, que trabajan. Descubrir sus pies en tantos que caminan cansados, abatidos, luchando por sobrevivir. Que miren siempre su amor entregado hasta la muerte. Así llegarán -llegaremos- a ser verdaderos testigos: reconociendo a Jesús en las llagas de las heridas de tantos hombres y mujeres que sufren dolor, enfermedad, injusticia. Ellos son sus manos y sus pies ahora. En ellos está el resucitado. Y tú eres su testigo, ahora, hoy

Hna. Isabel García, JST

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