En el Evangelio de Juan hay un diálogo muy interesante entre Jesús y la muchedumbre que le seguía a orillas del lago de Galilea. El día anterior, Jesús comparte con ellos una comida. Hace el milagro. No es el Dios milagrero, sino el Dios que sabe mirar, oír y penetrar en el corazón sencillo de los hombres que lo buscan sinceramente.
Aquejados de nuevo por el hambre buscan a Jesús; sienten necesidad. Jesús los mira y les dice: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Jesús se hace pan, porque Jesús se hace alimento para nosotros.
El pan sacia una necesidad básica pero de forma temporal. Jesús nos sacia en plenitud y es alimento espiritual, de sentido de vida. Le buscaban para saciar la necesidad material, porque les daba pan y no se enteraban que saciaba más. Con su respuesta, Jesús los desconcierta, no entienden nada, tienen hambre y saben que Jesús de nuevo puede saciar ese hambre de pan. Alimento sencillo, pero que no puede faltar en ningún hogar. Jesús no les hablaba del pan que con el paso de los días se pone duro y ya no nos gusta, ese es un pan perecedero. Él les hablaba del pan de la Vida; estas eran palabras mayores para ellos. Eran hombres rudos del campo o del mar. No entendían de símbolos, Jesús se tenía que explicar de una forma más clara si quería que ellos les entendieran.
La Eucaristía es “misterio de la fe” por excelencia: «es el compendio y la suma de nuestra fe» «gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo». Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, Nº 6
Solo con una fe sincera podemos acercarnos al Misterio de la Eucaristía. De lo contrario, nos sucederá que un día tras otro nos acercamos a comulgar y lo hagamos como una rutina más. «Si nos acercáramos con fe a la Eucaristía –afirmaba santa Teresa– estoy segura que obtendríamos milagros”.
Que cada día nos llenemos más de Dios, a través de la Eucaristía, porque es Esta quien realmente puede saciar nuestra “hambre” de justicia, de libertad, de amor, de saber mirar a los “otros” con ojos de misericordia.
Hna. Rosa Mª Guijo, JST