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Camino de Cuaresma – I Domingo Cuarema

Cuaresma, tiempo de parar, de frenar, para dedicar un tiempo sereno, tranquilo a entendernos un poco más, para pensar de dónde venimos, por dónde caminamos, cuál es nuestra meta, dónde queremos llegar.

Cuaresma, tiempo de reencuentro con el silencio. Rodeados de ruidos, lo necesitamos para descubrir las palabras que curan heridas, que nos centran en lo importante, que sirven para escuchar la Palabra.

Y comienza la cuaresma con el texto de las tentaciones: Jesús es llevado al desierto por el Espíritu. Desierto… lugar de austeridad, de vacío, sí. Pero también lugar de crecimiento porque nos ayuda a caer en la cuenta de lo que es esencial y necesario, de todo lo superfluo que se nos va pegando; nos hace conscientes de esos pequeños o grandes cambios (conversión) imprescindibles para llegar a ser coherentes con el mensaje de Jesús.   

 

El desierto, por último, es lugar de prueba, de tentación. No solo para Jesús, todos atravesamos, antes o después momentos de conflicto, de decisiones que nos marcan. Y por eso, nos vemos reflejados en sus mismas tentaciones:

–         La 1ª nos recuerda que la persona es también espíritu y que, si no se alimenta, se atrofia; que vivir solo fomentando el exterior, nos lleva a una vida de apariencia; nos recuerda que la interioridad es lo que hace auténtica a la persona.

–         La 2ª nos hace comprender que, aunque estamos interconectados,  necesitamos la aprobación constante de los demás, su reconocimiento permanente. Es la tentación de creer que, para existir plenamente, nos hacen falta los aplausos o los “me gusta”.

–         La 3ª se basa en nuestro deseo de autoafirmarnos sobre los demás, de ejercer un poder que nos haga sentirnos amados, valorados.

Jesús nos propone un camino para superar la tentación: palpar nuestra debilidad. Asumir que, en nuestra vida, las piedras no se convertirán en pan, ni que las masas nos van a aplaudir constantemente y que, pese a nuestro deseo de poder, siempre habrá alguien más fuerte.

Aceptemos nuestra debilidad en esta cuaresma. Porque en ella reconoceremos el amor incondicional de Dios que nos sostiene para no rendirnos y nos alienta hacia metas nuevas.

Hna. Mª Isabel García, JST

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