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De lo que rebosa el corazón, habla la boca – Domingo 8 del Tiempo Ordinario

josefinas trinitarias

Último domingo antes de iniciar la cuaresma. Y en este evangelio, Jesús nos da pautas para irnos preparando, para revisar nuestra vida a la luz de su Palabra.

Sabemos que a Jesús le gustaba hablar en parábolas. Las propuestas en el evangelio de hoy son breves, apenas un par de líneas. Pero no por eso, menos ricas en símbolos.

Si en el evangelio del domingo pasado se nos pedía cuidar intensamente el amor a los enemigos, hoy Jesús nos propone mirar a nuestro alrededor, a los que están cerca de nosotros. Porque si hemos de practicar la comprensión y el perdón con los que nos odian, en más ocasiones y con más dificultad y heroísmo, tenemos que ejercitarlos con los que conviven a nuestro lado.

La crítica nos puede resultar fácil. Pero, ¿y si nos paramos a reflexionar sobre los sentimientos más íntimos que les llevan a actuar? Caer en la cuenta de las batallas que libran consigo mismos cada día. Comprender su dolor de querer y no poder; de levantarse cada día, pese a la enfermedad; de experimentar la soledad rodeados de gentes; de sentir el corazón roto, traicionados por los que más quieren; de esforzarse por sacar a la familia de situaciones penosas; de sus deseos de perdonar, pero incapaces de hacerlo; de… ¡Cuántas situaciones que pasan desapercibidas en nuestro quehacer diario porque estamos mirando la mota ajena, cegados por nuestra propia viga!

Jesús nos indica otro camino: avivar la bondad que anida en nuestro corazón para que la luz que llevamos en nuestro interior no se ahogue con la crítica, sino que se transforme en llama que irradie calor a cuantos viven con nosotros. Buscar su felicidad con gestos llenos de amor; rodearles con palabras que alientan, de las que brota vida, que son bálsamo en el camino diario.

Palabras amables y gestos cordiales, que rebosen de nuestro corazón… corazón que desea ser como el de Jesús. 

Hna. Mª Isabel García, JST

 Lucas 6, 39-45. 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

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