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«La festividad de San José, y en ella, nuestra renovación de votos, nos lleva una vez más a Nazaret. Contemplamos el día a día en ese sencillo taller donde la normalidad se convierte en sublime; donde se respira silencio y escucha y todo es vivido con cercanía y alegría profunda. 

 

La vida de San José, aún desde la austeridad de los pocos datos que apostan los Evanagelios, se convierte en fuente de inspiración para nosotras. También Dios en él «hizo grandes maravillas» y a través de él fuimos enriquecidas con magníficos dones: 

El don de la comtemplación. 

En la casa de José todo se movía desde la mirada atenta. La vida interior del esposo de María está tejida de silencio contemplativo, de atención constante al Dios de la Alianza y a Jesús, el Verbo hecho carne. En el artesano de Nazaret resuena la Palabra para ser cumplida con prontitud y entrega plena. Su vida está consagrada totalmente al Misterio, que tiene un Nombre: Jesús, el Salvador, con el que comparte la existencia. 

El don del silencio y la confianza. 

La palabra de José es el silencio, por eso es para nosotras maestro de escucha silenciosa y creativa de Dios. En los sueños de la noche, José se pone ante el Señor que pasa y habla, y en esa disposición se siente tocado por la fuerza de esta velada presencia. En total confianza, sabe que tras la noche vendrá la luz para quien sepa esperar. 

El don de la obediciencia.

José acoge el amor desconcertante de Dios y nos deja una vida ejemplar, porque hizo de la obediencia a Dios un itinerario fecundo. Obedece a las mediaciones humanas y a la voz de los sueños porque, en ellas, se expresa lo que Dios desea. Es libre cuando obedece para cuidar la vida de la familia que, desde el princicpio, está amenazada. 

Libre cuando obedece en la cotidianidad de su aldea, de su trabajo, de su quehacer diario. Libre cuando obedece y espera con corazón vigilante acogiendo lo que el Señor manifiesta en cada momento. Porque solo quien es libre puede reconocer que cada día es una sorpresa de Dios. 

El don de la responsabilidad y el trabajo. 

En José encontramos también el modelo de responsabilidad y trabajo. El trabajo del maestro de la madera exige paciencia, constancia, creatividad y delicadeza. Son estas actitudes las que crean escuela, donde Jesús no tarda en aprender el arte de rehacer lo deshecho, de transformar lo difícil, de reparar lo dañado. El Hijo, Jesús, aprende del padre, José, a no rendirse ante la dificultad y a pasar de ser «artesano de cosas» a «artesano de humanidad». 

Celebrar a San José es reconocer la presencia de Dios en la vida de un hombre bueno y justo. 

José con María y Jesús forman una familia que educa en el amor que es más fuerte que todo rechazo, que acepta el cansancio, el compartir y el perdón. Y, sobre todo, un amor que propicia los tiempos necesarios para crecer y caminar «ante Dios y los hombres» (cfr.Lc.2,52).»

Texto extraído de la Circular de la Superiora General a todas las Comunidades por la Fiesta de San José. 

 

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