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Yo tampoco te condeno – V Domingo de Cuaresma

josefinas trinitarias

La Iglesia nos invita este V Domingo de Cuaresma a contemplar una escena del evangelio en la que unos hombres expertos en interpretar la ley le preguntan a Jesús qué deben hacer con una mujer sorprendida en adulterio. La escena se desarrolla en la explanada del templo, delante de mucha gente que escucha a Jesús.

La pregunta que lanzan a Jesús no está exenta de malicia. Lo que buscan es “tentarle”, tenderle una trampa: ¿Acatar la Ley, que implica apedrear a la mujer, o no hacerlo, que conduce al incumplimiento del precepto de Moisés?

Pero Jesús no se deja engañar. A Él le «tienta» la misericordia y la ejerce con extrema delicadeza, sin humillar, sin violentar a la acusada, arrodillada a sus pies. Él se inclina también, y, antes de dar una respuesta, se pone a escribir con el dedo en la tierra. No mira a esta mujer en su vergüenza. Como el Dios del A.T., se mantiene a la derecha del pobre para salvar su alma de sus jueces (Sal 109,31). De este modo, invita a todos a la calma, a no actuar movidos por la impulsividad, y a buscar, no la justicia humana, sino la de Dios. Él que conoce el secreto del corazón y la conducta de cada uno, y sabe que por encima de la ley que castiga, está el amor gratuito de Dios que salva.

 

Jesús se incorpora y posa su mirada sobre los acusadores. Y, sin contradecir la Ley de Moisés, les hace tomar conciencia de que, en justicia, todos somos condenables (cf. Ga 3,10-11). El que de vosotros esté sin pecado que tire la primera piedra. Palabras llenas de la fuerza de la verdad, que desarma y derriba la hipocresía. Jesús no viola la ley, sino que la lleva a plenitud y pone al descubierto actitudes ocultas en el interior del ser humano.

¿Cómo resuenan las palabras de Jesús en nuestro corazón? “Quizá pensemos que no tenemos piedras en las manos, pero, si somos sinceros, sí podemos reconocer las que guardamos en los bolsillos: antipatías, celos, envidias, animadversiones… Sentimientos que llevan al juicio, a la falta de valoración, a la violencia encubierta.

Pero la justicia de Dios tiene nombre de salvación, de regalo y de gracia. Nos queda como tarea el agradecimiento inmenso a su amor y la humilde comprensión fraterna de las debilidades ajenas. Cuando veamos una acción incorrecta en nuestro prójimo, no condenemos, sino que, volviendo primero al secreto de nuestro corazón, examinémosla con cuidado y solicitud. (Alcuino).

Y Jesús se quedó sólo con la mujer. El pecado y la misericordia frente a frente. Quizá ella esperaba el castigo de Aquél “en quien no se podía encontrar culpa alguna”. Pero Jesús, mirándola con mansedumbre le dice: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? Dijo ella: Ninguno, Señor.  Y Jesús, yo tampoco te condeno. Absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien, pues Él ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Pero Jesús no es indiferente ante el pecado. Vete y no peques más. Pide a la mujer que abandone su vida anterior pues la misericordia gratuita no da licencia para continuar inmersos en el mal, sino para todo lo contrario. Experimentar la curación total desde una mirada amorosa, no puede dar otro fruto que la bondad, la ternura, la gratitud, el amor y la alegría, para siempre.

Que el Señor nos haga experimentar su misericordia entrañable y nos conduzca a una vida nueva.

Hna. Teresa Villarín, JST

 

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