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El abrazo de la Misericordia – IV Domingo de Cuaresma

Dios es misericordia - josefinas trinitarias

El Evangelio de este IV domingo de Cuaresma nos ofrece un testimonio extraordinario de la misericordia de Dios Padre.

Jesús cuenta a sus oyentes una parábola, la del “hijo pródigo”. Con ella quiere dar a entender a quienes le escuchan que el Padre acoge a todos, también a los “publicanos y pecadores”, que no cumplen la Ley.  Su actitud abierta despierta recelos entre los fariseos, que sí son estrictos en el cumplimiento de los preceptos.

Esta parábola es quizá la más emotiva y sublime de todas. Nos habla con sencillez de un padre que tenía dos hijos: uno perdido fuera, en un país lejano, y el otro perdido dentro, en su propia casa. La historia de ambos nos revela el corazón del padre (Dios) y su misericordia, a la vez que nos descubre el amor generoso a la libertad de los demás y la esperanza serena en su capacidad de cambiar de vida.

 

La primera parte muestra la conducta del hijo menor que confunde la felicidad con la satisfacción de los propios deseos sin ningún tipo de barreras. Acaricia la posibilidad de dar rienda suelta a sus apetencias, sin los límites de la estabilidad del hogar paterno. Lo admirable comienza ya con el primer gesto del padre, que accede al ruego de su hijo menor y le da la parte de la herencia que le corresponde. Para nosotros esta herencia es nuestra existencia, nuestra razón y nuestra libertad personal, bienes hermosos que sólo Dios puede regalarnos.

Y el hijo se marcha y pierde la herencia. Y termina cuidando cerdos, mientras envidia la comida que reciben estos animales, impuros para un judío. Es entonces cuando el amor paterno, volcado durante años sobre él, asoma a su corazón en forma de añoranza y le hace “volver en sí” hacia el abrazo del hogar.

La parábola es un destello de luz que nos descubre el corazón de Dios, que, como padre, espera al hijo, corre hacia él y le regala su compasión y su desmesurada acogida. Le da sandalias, que distinguen al libre del criado; le viste con el mejor traje, como honor extraordinario; y le regala, un anillo, expresión del poder que le confiere. Es el lenguaje del amor que le sigue considerando hijo y que celebra con una fiesta su vuelta.

Contemplando esta escena, somos invitados a vivir la comprensión y la misericordia, haciendo fiesta de la reconciliación, regalando besos de acogida y olvidando rencores y desatinos. Que nos cautive el corazón este amor de Dios como Padre.

La segunda parte muestra la actitud del hijo mayor, un hombre cumplidor, que permanece junto al padre. El retorno del hermano no le produce alegría, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar». Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos. Hace alarde de su propia «fidelidad». Pero esa permanencia en la casa del padre no le había llevado a la confianza y a la alegría en él. Era un obrero en su propia hacienda y no entiende que ha llegado la hora del júbilo.  Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos, pero no sabe amar. Y también a este salió a buscarle el padre. Porque él recibe no solo al que viene a su casa, sino también al que se niega a venir.

Trabajemos nuestro corazón para no convertirnos en el hijo mayor, por la falta de acogida, por la dureza de corazón que pone distancias, por la incomprensión ante las debilidades, por la falta de perdón, por la crítica amarga que denigra al hermano y destruye relaciones, por clasificar a las personas en buenas y malas, en creyentes e increyentes, en cumplidores y no practicantes. Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos espera a todos, pues de nadie es propiedad.

La parábola de estos dos hijos y del padre misericordioso es la historia de la vida humana, la de nuestra propia vida. Volvamos filialmente hacia ese Padre bueno que nos espera siempre, entreguémonos sin reservas a Él, pongamos nuestras vidas en su misericordia y Él nos hará experimentar su fidelidad, su amor y su generosidad sin límites.

Hna. Teresa Villarín , JST

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