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Cuando en estos días contemplamos los textos de las apariciones de Jesús Resucitado, podemos caer en la cuenta de que no todo fue tan sencillo como parece a primera vista.

La Vida no se impuso de inmediato en medio del dolor, ni el gozo se abrió camino rápido entre tantos corazones atenazados por la tristeza, ni la esperanza brotó de repente entre las espinas del miedo y el sinsentido.

Aunque el Evangelio parezca que nos lo ahorre, la Pascua fue un proceso, un proceso de sanación de heridas, de recuperación de ideales, de reparación de sueños. Y fue un proceso lento, porque las heridas profundas se curan lentamente, como acariciándolas, cuidándolas y protegiéndolas de otras posibles agresiones. Creo que, esta Pascua, es particularmente una Pascua herida, y que por ello precisa de procesos lentos de sanación, internos y externos. Esta Pascua nos llega, como dice la canción, con tres heridas bien concretas: la del amor, la de la muerte y la de la vida.

La herida del amor

Estamos siendo testigos de un despliegue de amor y humanidad que no podemos dejar que ensombrezcan unas cuantas voces o gestos disonantes. Podemos elegir hacia dónde enfocar la mirada y yo lo tengo muy claro: el Amor gana.

El amor que se reinventa en las familias cada día de confinamiento;el amor que se arriesga a dar la vida en primera línea en los hospitales y residencias; el amor que aplaude con corazón y con verdad desde los balcones; el amor que renuncia a contagiar aun a costa de vivir solo, sin el abrazo de los tuyos; el amor que crea belleza para que otros disfruten y sueñen; el amor que celebra las pequeñas victorias; el amor que acompaña soledades y hace llegar la ternura donde de otro modo no llega; el amor que llora y se une al dolor de quienes pierden la batalla; el amor que se resigna a permanecer porque no puede hacer nada más; el amor que eleva una oración por los suyos y por todos; el amor de la generosidad para mejorar las cosas y de los detalles pequeños en la vida cotidiana; el amor que busca formas de ayudar e investiga soluciones en el silencio de los laboratorios; el amor que reconoce el esfuerzo y el trabajo de quienes siguen haciendo que la sociedad funcione; el amor que se conmueve hasta las lágrimas…

 

¡Tanto amor sangrando a borbotones, tanta humanidad mostrando el más bello de sus rostros!

       

 

 La herida de la muerte

Del mismo modo, cada día asistimos perplejos a una cifra en aumento de muertes que no para nunca. Si nos quedamos en la superficie del número, como opción de supervivencia emocional,  quizá la situación se torne medio soportable; pero si vamos más allá, y nos da por pensar en que cada uno de esos números es una persona, que tenía una vida, una familia, una historia, unos sueños… y que con su muerte quedan destrozadas otras vidas, otras historias y otros sueños… la cosa cambia. Y a todos, o a casi todos, nos da por pensar.

La muerte siempre ha estado ahí, nadie lo cuestiona, pero en éste, nuestro mundo acomodado, quizá había estado un poco aletargada, o en la retaguardia, como ese  actor “de relleno” que solo sale cuando le toca. Ahora ha impuesto su presencia  de una manera tan cruel como escandalosa, y no hay modo de esconderla. La muerte nos provoca dolor, pero también nos resitúa ante la vida. Nos mueve a enfrentar nuestra vulnerabilidad y nuestra soberbia y nos enseña a tomar conciencia de que compartir la misma condición, finita y frágil, nos humaniza y nos devuelve a una esencia que se nos había perdido entre tanto bienestar. De esto saben mucho nuestros hermanos del Tercer Mundo.

Pero hay muertes y muertes. Y las de estos días, todas prematuras sin importar la edad, son muertes que nos arrancan preguntas: ¿Por qué  a solas, sin despedidas, sin consuelo, en el silencio de una respiración que se apaga…? ¿Muertes injustas, evitables? Y ante la falta de respuestas parece inevitable culpar, bien a Dios, bien al Gobierno de turno.

Reconciliarnos con la hermana muerte es un aprendizaje difícil, pero necesario. Implica humildad y coraje, y de eso estamos aprendiendo mucho en estos días. Saldremos mejores, no hay duda, con la muerte en el horizonte, sí, pero también con el sol de la esperanza acariciándonos la mirada.

 

 

La herida de la vida

Así como el amor y la muerte reclaman su justa presencia en medio de este caos, la vida es la melodía que pone en danza al amor y a la muerte en el escenario de una humanidad que se entrega, se da a sí misma y se lo juega todo.

Melodías  y ritmos de vidas puestas al límite, más fuertes y valientes de lo que nunca habían soñado. Notas pausadas de vidas que se abandonan, en los brazos de quien sabemos ya las abraza con infinita ternura y misericordia. Canciones de vidas adornadas con gestos heroicos, con acciones calladas, con bondad regalada en el silencio y el anonimato. Músicas de vidas que crecen y aceptan las molestias de los límites y  de una realidad que les sorprende e inquieta a un tiempo.  Melodías de vidas  que aprenden y reflexionan, y se vuelven hacia su interior en búsqueda de sí mismas, de Dios y de los demás. Notas de vidas que ponen sus talentos y sus dones al servicio de quienes más los necesitan, sin importar el precio. Ritmos, melodías, músicas, canciones, acordes que vibran en vidas que se rehacen, que se recrean, que se reinventan y renacen, porque están llamadas a la plenitud y a la abundancia, porque nuestro Dios es el Dios de la vida y no puede dejar de alentar la esperanza en todas estas vidas, que en la belleza de su canción, evocan y traen humanidad nueva a nuestra realidad.

Heridas luminosas, como aquellas de la película de Garci, que de algún modo nos sanan y nos salvan, como aquellas que permanecían en el Señor Resucitado, para que pudiéramos reconocerlo, para que pudiéramos contemplar en ellas no solo la muerte padecida y finalmente vencida, sino también el Amor hasta el extremo y la Vida plena y abundante, regalada hasta el final. 

Hna. Marta Beneyto Pajuelo, JST.

La incredulidad de Santo Tomás (1602). Caravaggio.Óleo sobre tela. 107 cm x 146 cm.Neues Palais, Potsdam, Alemania.

 

Poema de Miguel Herández. 
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
 
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
 
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
 

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