Con la unción en Betania y la entrada de Jesús en Jerusalén, San Juan pone de relieve el valor figurativo de unos griegos que son “temerosos de Dios”. Su acercamiento a Jesús no es mera curiosidad; expresan un deseo profundo de conocer el misterio que se esconde en aquel Hombre; estos se perderán en el transcurso del episodio, pero en definitiva anuncian la conversión de las naciones y cómo “el Hijo del Hombre” mueve su corazón para ir en su búsqueda.
“El grano de trigo que se pudre en la tierra” para encontrar una vida nueva se aplica a Jesús y al discípulo; aquí encuentra un nuevo significado el momento por el que el Maestro pasará y a lo que todo discípulo se descubre llamado. Es así como la muerte no tendrá la última palabra. En Jesús nuevamente se cumplen las promesas del Padre que en él será glorificado. De esta manera el seguimiento de Jesús parte de una atracción, de algo que llama nuestra atención, que trae consigo opciones y consecuencias, arriesgar el todo por el todo, ser capaz de morir como ese grano de trigo para dar mucho fruto, para dar la vida. Es entrar en una dinámica que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Desde está invitación del evangelio preguntémonos:
¿Qué atrae mi corazón? ¿Qué hace fecunda mi vida?
Sumergido/as en esta aventura, asumamos el riesgo de seguirle hasta las últimas consecuencias movidos siempre por el AMOR.
Hna. Verónica Moya, JST