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Era de noche, los discípulos estaban encerrados, tristes, acobardados y bloqueados por el miedo. No tenían ni idea ni esperanza de la posible resurrección de Jesús. Él, que los conoce bien, sabe que necesitan vivir la experiencia Pascual para que ser transformados por dentro. Como siempre, el Señor toma la iniciativa: se deja ver, sale a su encuentro, vuelve a mirarles, se pone en medio y les regala su Espíritu, su luz y su fuerza. No sólo se lo regala, sino que les da la capacidad para que también comuniquen su Espíritu a los demás.

 

Tomás, el pesimista, no estaba presente. Conocemos su reacción tan parecida a la nuestra cuando vivimos desilusionados y queremos pruebas para no desesperar, para comprender y creer. Pero como con los demás, el Señor se encuentra con él y le devuelve la esperanza, que le lleva a confesar esas bellas palabras salidas de su corazón arrepentido, su mayor confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”

Los discípulos son invitados a comunicar el don recibido. Tú, yo, todos, estamos llamados, como no puede ser de otra manera, a contagiar también esta explosión de vida que emana de la experiencia de la Pascua.

Hna. Amelia Sánchez, JST

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