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¡Es el Señor! – Domingo III Pascua

josefinas trinitarias - Domingo 3 de pascua

Jesús Resucitado se hace hoy presente en lo cotidiano de la vida de sus amigos: una jornada de pesca aparentemente poco fructífera y un desayuno compartido al alba, alrededor de unas brasas. Significa que su Vida forma parte de la nuestra, de nuestras pequeñas rutinas y ocupaciones diarias, de lo anodino y a la par esencial de la existencia humana. Y, sin embargo, la mayoría del tiempo, no lo sentimos así. ¿Por qué?

Porque reconocer esa Vida de Jesús en la nuestra supone dejar que su Amor profundice nuestra mirada. Y eso es lo que hace el “discípulo amado”, y a su manera, también Pedro. Acostumbrar la mirada a detenerse y a contemplar más allá de la superficie, porque solo quien trasciende la apariencia, guiado por el amor, incluso a distancia, reconoce al Señor. Y solo quien es capaz de escuchar la voz de quien lo reconoce, (“Es el Señor”), y se fía, y se deja llevar por un corazón que da saltos por la posibilidad de que sea Él, puede lanzarse de “su barca de faenas”, desnudo, para ser el primero en encontrarle.

Pedro representa al ser humano apasionado que no sabe de medidas, para bien, o para mal. No midió en la radicalidad de sus negaciones, no contuvo su llanto arrepentido, y no mide ahora en su impulso desbordado de tirarse al agua desnudo, ni mucho menos en su declaración ferviente de un amor tan sincero, como desmedido.

El Amor en dos versiones humanas, la de la mirada serena y contemplativa, y la de la pasión auténtica y enamorada. Las dos capaces de reconocer al Señor Resucitado y seguirle hasta el final.  

Hna. Marta Beneyto, JST

 

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